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lunes, 26 de julio de 2010

Jugando de Rojo



Todo hace pensar que este mes de julio de 2010 será recordado dentro de España como aquel en el que la sociedad española, como tal, se miró al espejo y heredó por fin todas esas preguntas que llevaba pensando desde hace ya décadas. La Copa del Mundo de Fútbol y todos los contextos que la rodean hacen de éste un año decisivo socialmente para el futuro de la historia de los más de quinientos mil kilómetros cuadrados que conforman simbólicamente la bandera de la roja.
Ni más ni menos que en fiestas de San Fermín hemos podido ver con nuestros propios ojos cómo una selección de España es la mejor del mundo de fútbol y de baloncesto entre otras, con el apoyo de muchos, y con la mirada por encima del hombro de otros. Más aún, Contador gana su tercer Tour y el deporte de motor nos descubre siempre emociones nuevas.
Los cuarenta y siete millones de personas que el día catorce jugaron de color azul marino asistimos a la culminación de muchos de los esfuerzos que podían ser tecla relevante para el futuro de lo que queremos y de lo que queremos ser. Y la orquilla demográfica de los 80 y 90, al verse también como máximos exponentes planetarios como país, se ve forzada ahora, y de manera muy particular, a introducirse en un debate de ideas y a un diálogo de realidades comunes, representadas ahora con una estrella recién conquistada.

En ciudades como Iruña (de blanco y rojo esos días, e internacional), Bilbo, A Coruña o Barcelona entre otras muchas y otros miles de pueblos, se pudo ver por fin y de forma completamente empírica la realidad que vivimos, el despacho de sentimientos que ello produjo y la reflexión que ahora, hoy por hoy, nos atañe. Cabe destacar que ésta, primeriza y precipitada debido al poco tiempo trascurrido, no puede reflejar más allá que hechos sucedidos en el pasado lejano o en el cercano, y a partir de ahí extraer algunas conclusiones de merecido apunte.

Son ya conocidos los hechos acontecidos en Pamplona esas fechas, pero en otras partes también se protagonizaron o se vieron conversaciones entre rojos y nacionalistas cuando alguno marchaba por la calle con alguna señal de esa estrella, y también algunos sufrieron el desfasado ridículo de los agentes violentos del nacionalismo.

Además, nos sobreviene otro hecho a sumar en nuestra reflexión como Estado al ejecutarse por fin la sentencia sobre el Statut de Catalunya. Su reivindicación de la palabra nación como herramienta de cultura y reconocimiento de una Nación a otra resultan ser inconstitucionales en los 500.000 km2. Por mucho que quieran salvaguardar los términos que la impulsan como parte de una España plural, dialogante y solidaria, el término nación (según el Tribunal Constitucional) solo es asimilable a una unidad territorial, de tal forma que en una misma porción de terreno no caben dos nacionalidades, dos países.
La nacionalización catalana de ese territorio en particular seguramente no supondría tal quebradero de cabeza si la historia no hubiese querido juntar a Petronila (Aragón) con Berenguer (Catalunya) y formar así la Corona de Aragón, porque fue esta corona una unión que participó, junto con Castilla y también de mutuo acuerdo, de la formación de un estado único que sería llamado España. Tal unión de mutuo consentimiento, de por sí, rechaza el argumento histórico del nacionalismo catalán que se autoreivindica con cabezonería manifiesta, en que es algo que les corresponde por definición, mientras critican a los otros desfigurantes de la historia al asegurar que Catalunya fue una nación, cuando lo que fue, en todo caso, es siempre históricamente una unión de diversas comunidades según su conveniencia.
La globalización a la que asistimos, hace plantear seriamente el carácter egoísta del nacionalismo al pretender desgajarse políticamente (y a veces de forma humorística también geográfica y étnicamente) de un Estado del que es parte necesaria en igual proporción que lo es España a Catalunya.

El orden legal y administrativo del 78 marcó un antes y un después no sólo para la política central sino también para los propios nacionalismos desintegradores. Aquí más concretamente, desde la capital de Navarra, anteriormente Nabarra, o Nafarroa, o más todavía Euskal Herria, podemos ver cómo otros desfigurantes reivindican bajo una bandera del siglo XIX e inventada en territorio foral, una historia en la que el gentilicio vasco es utilizado para referirse a los habitantes de aquellas colonias de las que un día fuimos poseedores (y que por cierto alguna vez más también nos traicionaron).
Puede resultar anecdótico además, que aquellos que se tachan de no-españoles alardeen de su identidad nacional a partir de unas fronteras que fueron delimitadas en su día por una corona española. Ni si quiera sin plantearse que puestos a reivindicar la silueta de un territorio geográfico como el vasco, el catalán o el gallego, lo hagan a través de esas otras líneas de separación, que iban por otros montes y playas, y estaban acotadas por otros ríos.

La complejidad de esta España plural hace que el joven asista serio y sereno a tal reflexión. Porque ya sea por las clases de Historia de EGB y BUP, o por las de ESO y Bachiller, conocedor de la relevancia del término nación, de la historia de la suya propia y de la afronteralidad que ve cada día en la pantalla de su ordenador, es consciente de que la plasmación de un diseño de bienestar común y de un modelo social duradero no depende de una cota o una geografía, sino de las políticas y los logros que se realizan conjuntamente.
Más allá quedan las características propias de cada persona, pueblo o nación, las cuales hay que preservar y fomentar como lo que son: singularidades propias históricas y geográficas, culturales y lingüísticas, que revalorizan a la persona y alimentan el espíritu, pero no pueden ser excusa en una sociedad y menos en una sociedad democrática del siglo XXI, para politizar esa cultura y utilizarla como salvoconducto para desmarcar a toda una población del actual Estado de Bienestar.
Una de las razones que fundamentaron la Carta Magna es el hecho autonómico y la descentralización de las decisiones regionales, que daba así la libertad necesaria a cada pueblo para poder desarrollar apéndices constitucionales desde los cuales poder fomentar las particularidades de cada una de las CCAA y legislar según sus necesidades, hasta el punto de poder ejercitar el derecho a un Estatuto propio con el que permitirse protagonizar su propio papel en el conjunto del Estado. Y asimilar esta facilidad constitucional al hecho de nacionalizar una región riñe con lo votado por los propios nacionalismos aquel 27 de diciembre.
En estos treinta años de Constitución Española, destacadas personalidades que tuvieron especial responsabilidad en aquel lustro ya han afirmado que no era una Constitución cerrada, pero sí que podía unirnos para ponernos a la altura del resto de países que envidiábamos. El carácter especial del texto radicaba en que la posibilidad de hacer Leyes Orgánicas, completaba el proceso constitucional en cada caso, con lo que se aseguró su permanencia, pero también su flexibilidad en base al acuerdo logrado en congreso con las abstenciones del nacionalismo vasco, herido por su exclusión de la ponencia constituyente.
Este pacto de caballeros que fue la CE del 78 trajo consigo la recuperación económica, la consecución de una monarquía parlamentaria y el merecido pero muy trabajado estilo de vida que habían estado soñando durante décadas. Pero trajo consigo también la politización del recuerdo histórico de nuestra vivencia particular como pueblos y de la posterior desfiguración de la realidad, en la que más allá del reconocimiento a la historia particular de cada kilómetro cuadrado lo que se hace es alimentar mentiras geográficas, políticas o sociales, fomentar la insolidaridad tras haber aprovechado años de Historia económica y plural, y tratar de manipular a la sociedad en su conjunto. Y es aquí cuando entra de manera protagonista el joven en la reflexión.

La consecución de un fin deseable como el mantenimiento del estado de bienestar que hemos heredado de nuestra historia y de nuestros padres, se torna ahora entonces reducido a una sola reflexión o actitud en la que nosotros los jóvenes somos trascendentes. Herederos de una Constitución abierta como la que tenemos, que da reconocimiento a las múltiples realidades e historias que conforman el actual Estado de Derecho donde hemos crecido y podemos participar, hemos de reflexionar sobre nuestra relevancia en cada acto y actitud en tales acontecimientos.
La realidad constitucional española pues, la reflejan los millones de personas (autóctonos y migrantes) que empiezan ya a trabajar por el relevo como país, con el más alto conocimiento del pasado de la Historia y con la mayor preparación posible, ejecutada gracias a esta Constitución.
Es de recibo entonces alegrarse por el triunfo de una selección que combinó la fortaleza del arraigo navarro, la originalidad catalana y el desparpajo andaluz entre otras. Y la reflexión, por lógica, nos lleva a plantear si queremos seguir jugando, si queremos seguir demostrando que haciéndolo juntos somos los mejores, y si queremos seguir trabajando para sumar más y, dicho sea de paso, si queremos que el propio Príncipe de Asturias siga bajando al vestuario para felicitarnos.

lunes, 19 de julio de 2010

La territorialidad del estado



A raíz de la polémica suscitada por la última sentencia del Tribunal Constitucional en relación al nuevo estatut o estatuto de autonomía catalán, comienzo escribiendo estas líneas con la modesta intención de comentar:
1) qué problemas políticos se han generado por las cuestiones de identidad regional
2) cómo se ordena territorialmente nuestro estado según nuestra constitución.
Como colofón al prólogo solo me resta disculparme por mi parcialidad y pedir excusas por mi exceso de osadía.

Primero: Comenzare por explicar qué es para mi una nación. Yo diría que la nación es la comunidad humana de distintas clases sociales que comparte un espacio de relación común (político, económico, cultural u étnico).
La tónica general tras el surgimiento de los nacionalismos políticos y la consolidación de las democracias viene a considerar que una nación debe ser un estado, que por el bien del país ha de ser lo mas homogéneo posible. Buenos ejemplos son las democracias en occidente más desarrolladas, que son las de los estados cuyas poblaciones son más homogéneas aunque para ello hayan tenido que recurrir a matanzas, destierros y limpiezas étnicas.
Nuestro país, en mi modesta opinión, está compuesto por diversos grupos o comunidades que han tenido y tienen su espacio de relaciones común. Para un empresario (vasco, catalán etc.) la monarquía, dictadura, república y gobierno eran el mismo y ha pesado lo mismo que para el trabajador campesino, sea éste vasco, catalán o chulapo. Al contrario de lo que dicen los nacionalistas más enardecidos, en especial los abertzales, no sería la primera vez que uno de ellos me intenta vender el cuento que el vasco vivió la dictadura con mayor dureza que el madrileño o manchego.
Lo que ocurre es que al tener esas cuestiones identitarias culturales un peso político reconocido por el sufragio, y el caos territorial que radica el tener un doble sistema de represtación de poderes e intereses regionales, ha convertido ese peso político en una cuestión que decide quién gobierna y hasta qué punto gobierna. Haciendo de la convivencia en el país más difícil. Constitucionalmente si tuviésemos claro que políticamente somos una cosa, el hecho de que reconozcamos una pluralidad cultural no sería motivo de alarma pero al no tenerlo claro viene el problema (leer Art 1y 2 de CE).

Segunda. Esta cuestión es puramente técnica puesto que constitucionalmente los artículos 141 reconocen la existencia de provincias que el régimen electoral convierte en unidades de elección. Y por el otro los artículos 143 hasta 151 reconocen la existencia de las CCAA, auténticos centros de poder regional, intereses divergentes y cuestiones identitarias.
La mayoría de los estados se organizan:
a) Uniformemente
b) Federalmente (El estado, unas competencias clave y el resto inamoviblemente para los centros de poder regional).
c) Confederalmente. Una serie de estados soberanos acuerdan agruparse para defender aquellos intereses que les sean comunes y arreglar las posibles divergencias por el arbitrio de una autoridad común.

España en cambio se ordena provincialmente en una mezcla entre los dos primeros sistemas y en el caso de las CCAA en un sistema mixto entre las dos segundas puesto que de facto existen tres tipos de Autonomía. La de Asturias y Cantabria, que al ser uniprovinciales tienen menos. Navarra y Canarias que tienen cierto grado de independencia fiscal y que estarián confederadas a España (Navarra total y Canarias aduanera). Y el resto que viven en distinto grado, a unos límites bien marcados pero ampliables.

La base jurídica radica en la vagueza de los límites existentes en los artículos 148 y 149 de la CE. Y en el mecanismo de flexibilización de los artículos 150 y 151 que por el sobrepeso de Cataluña y CA Vasca han acabado por desmarcarse del resto intentando igualar a Navarra. Y por la disposición transitoria cuarta, la que da pie a los derechos de Navarra aunque sean históricos.

Al problema hay que darle solución puesto que la ambigüedad en el modelo territorial ha acrecentado el problema identitario y amenaza con dividir a la clase obrera de España y lleva al típico recurso de las democracias modernas de la matanza o limpieza étnica tal como demuestra Amein Malaüff en sus obras, puesto que la aplicación del principio estado-nación también es inviable. USA, Rusia, Suiza, China, India y la Europa Balcánica sufrirían importantísimos trastornos. Si no desaparecían además de España.